jueves, 26 de abril de 2012

Fragmentos... Blade Runner

Comenzamos una nueva serie en Impresiones. La hemos titulado Fragmentos... Ya hicimos una pequeña prueba con el libro de Saramago Claraboya. Queremos continuar con el proyecto. 

La idea es rescatar fragmentos de libros que de alguna forma nos han llamado la atención, o nos han arañado, o simplemente nos parece interesantes compartirlas con todo vosotros. Muchas de ellas seguramente sean lecturas inmediatas, que son las que más tenemos frescas. Es una manera, como otra cualquiera, se sacar los libros a la palestra y animar, de al guna forma, a que gente se despierte, apague la tele y lea.

El fragmento de hoy está extraída de la novela fantástica ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Es muy probable que este título tan curioso y original no le suene a nadie. Sin embargo, si decimos que la novela cuando se llevó al cine se denominó Blade Runner, imaginamos que el personal se centra bastante. La novela es de Philip K. Dick.

Esta detallada ilustración de Blade Runner es creación del ilustrador polaco Mateusz Kołek. Merece mucho la pena visitar su variado portfolio. Lo hemos visto en Houhouhaha.



El fragmento seleccionado es el siguiente:

"—En ese momento —continuó Iran—, mientras el sonido del televisor estaba apagado, yo estaba en el ánimo 382; acababa de marcarlo. Por eso, aunque percibí intelectualmente la soledad, no la sentí. La primera reacción fue de gratitud por poder disponer de un órgano de ánimos Penfield; pero luego comprendí qué poco sano era sentir la ausencia de vida, no sólo en esta casa sino en todas partes, y no reaccionar… ¿Comprendes? Supongo que no. Pero antes eso era una señal de enfermedad mental. Lo llamaban «ausencia de respuesta afectiva adecuada». Entonces, dejé apagado el sonido del televisor y empecé a experimentar con el órgano de ánimos. Y por fin logré encontrar un modo de marcar la desesperación —su carita oscura y alegre mostraba satisfacción, como si hubiese conseguido algo de valor—. La he incluido dos veces por mes en mi programa. Me parece razonable dedicar ese tiempo a sentir la desesperanza de todo, de quedarse aquí, en la Tierra, cuando toda la gente lista se ha marchado, ¿no crees?"

miércoles, 25 de abril de 2012

I amsterdam. Capítulo tercero

Con rodar me vale

El narrador vuelve a despertarse el último. ¡Qué novedad! No es por pereza. Simplemente tarda más que los demás  en levantarse. Hoy se decide que recorreríamos la ciudad a golpe de pedal. Hoy alquilaríamos unas bicicletas. Preparados y casi listos, nos dirigimos a una tienda que alquila todo tipo de vehículos "desmotorizados" .





Cabe destacar que nuestra propia idiosincrasia requería diferentes tipos de vehículos. Dos niñas pequeñas, un niño rubio de casi siete años que sabe montar a dos ruedas, una embarazada y una adolescente (que forman el binomio Ying&Yan), una cuñá (Flip), un chinchín explorador y un narrador manco (Flop) conforman el G8. 



Alquilamos tres bicis normales para las tres chicas, chinchina, adolescente y cuña. 



Una bicicleta tándem, que cuenta con un enorme cajón para transportar a las niñas pequeñas, conducida por el chinchín senior. 



Por último, el narrador y su vástago rubio, llevarían una bicicleta tándem de distintas alturas. 




Es muy sano y muy divertido montar en bicicleta. Recorrer con estos vehículos una ciudad extraña como Ámsterdam por personas que no están acostumbradas ni a esa ciudad ni al propio vehículo que manejan es otra historia. Flip, la artista antes conocida como la cuña, fue la primera en constatar la dureza de la frase anterior. Fue la primera en venirse abajo.
Hay que reconocer que por mucho carril bici que hubiera, compartíamos espacio con numerosísimos ciclistas, varias motos, algunos coches en las calles donde había obra, sin contar los tranvías...
Tras pasar algunos apuros sustos, miedos y alguna que otra caída leve, logramos adaptarnos poco a poco a nuestra condición de improvisados ciclistas.




Llegamos por fin a nuestro primer destino rodado del día. Queríamos ver el museo de Van- Gogh. Descartamos el Rijksmuseum porque nos parecía agotador para los chicos. Los culturetas del G-8 tendrían que esperar a otro viaje. Atamos nuestros vehículos tal y como nos enseñaron en la tienda de alquiler de bicis. Nos dejamos encantar por unas enormes letras que ponían "I amsterdam". De ahí viene el título de este relato. Hacemos el tonto, como todos, y nos subimos encima de las letras, inmortalizando tal instante con numerosas fotografías. El narrador termina encima de la I mayúscula. Ayudado por el chinchín senior, es el único que consigue subirse a la letra más alta para sorpresa y cierta envidieja de los otros turistas. Es el súmmum del egocentrismo. Se podía oír lo que pensaban. Transcribimos la conversación de una pareja:

-¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí subirme allá arriba?
-Porque no, cari, está muy alto y te puedes caer. Esto es para los turistas friáis e inmaduros. 
-Claro.
-Es que dejan entrar a cualquiera al país.
-Tienes razón.
-Tengo razón.
-¿Me haces una foto encima de la "e"?
-Por supuesto, cari.



Nos adentramos en el museo Van-Gogh. Hablar o describir la prolífica obra del torturado holandés, daría para varios cientos de miles de páginas. Acabamos en la tienda del museo donde el narrador adquiere la pluma con la que escribe el boceto analógico de estas líneas cuando la compañía se vaya a dormir. Una pequeña brisa melancólica le lleva a los días de la facultad donde fue fiel a su escritura con pluma durante varios años. Este viaje merecía la pena escribirlo de aquella manera.



Volvemos a nuestras bicis. Volvemos a perdernos por la ciudad. Alguien dijo una vez que la mejor forma de encontrarse a uno mismo es cuando se perdía. Con esa sensación y con esa reflexión el narrador pedalea junto a su compañero de aventura hacia ninguna parte, sin consultar mapas, sin preguntar... Solo pedaleábamos intentando no despistar la pista de la rueda que teníamos delante. 

En un momento dado, la compañía se dispersa. Era inevitable teniendo en cuenta que nuestros vehículos así como nuestras facultades ciclistas eran muy heterogéneas. Íbamos de camino al inmenso parque Voldenpark, una preciosidad en mitad de la ciudad. Un semáforo, un frenazo, un "no los veo", otro " se pararán", "nos habrán visto" nos lleva a una pequeña confusión y a un momento de incertidumbre. Estábamos con teléfono manzanil pero en modo avión, ya que tras las experiencia en San Petersburgo, más bien la clavada telefónica, aprendimos que era mejor no usar los móviles. Eso está muy bien salvo si te pierdes y no has concretado concretamente un punto de encuentro. Todo queda en un pequeño susto. Nos reencontramos en el parque al que íbamos. Fue como en las pelis cuando la cámara muestra lentamente cómo los amantes van uno acercándose al otro y suena una música moña. Fue igual.

Comemos y decidimos pasar la tarde pedaleando por el enorme parque, que a pesar del número de ciclistas, nos pareció mucho más asequible, sencillo y seguro que lidiar con coches, tranvías, etc. a lo largo de la ciudad, tal y como habíamos hecho hacía un instante.


Como era de esperar, encontramos dentro del parque, parques más pequeños, donde los niños volvieron a disfrutar. Los mayores reposamos mientras cierta parte de nuestra anatomía comenzaba a mostrar dolor y cansancio, más del primero que del segundo. Quien diga que los sillines de las bicicletas son ergonómicos y cómodos después de unas cuantas horas encima de ellos, miente descaradamente y lo sabe. Hay una excepción que conozcamos y es el tipo de la imagen que compartimos. ¡Pedazo sillín lleva!



Tras dejar el parque, se decide que era mejor devolver las bicis a última hora, antes de que la tienda cerrara, más que volver al día siguiente. Teníamos las bicis 24 h., pero quedarnos las bicis por la noche suponía un problema logístico serio. Era más fácil depositar las bicis ese mismo día. Flip apoyó firmemente esta decisión. A saber por qué.

Volvimos a perdernos. Era lógico. Acabamos encontrándonos, localizando la estación central de Ámsterdam, que era en definitiva, el objetivo. De ahí, a la tienda de bicis, era fácil. llegamos y nos sentimos vencedores en la batalla. Cada cual había pedaleado por motivos distintos cargando con sus miedos, sus limitaciones... A pesar de los pesares, fue divertido. Con rodar me vale, dijo alguien, en un momento de la excursión. Todos superamos la aparente prueba de montar en bicicleta. Y el narrador encontró el título de su relato.



Buscamos un lugar para hacer una especie de merienda-cena. No eran aún las ocho. Cerca del apartamento, encontramos una heladería-chocolatería donde dimos buena cuenta de unas deliciosas crepes. El narrador amplía su pequeña colección de ciudades y helados. Una ciudad, un helado, una fotografía que lo certifique y lo haga perdurar en el tiempo. Cata un helado de limón con albahaca. Flip se preocupa un instante al creer que el helado era de marihuana. Si existe ese helado, sin duda, Ámsterdam sería el lugar perfecto para degustarlo.




No hay salida nocturna. Las bicicletas han dejado su huella en nuestros cuerpos carentes de ciclismo. Se revisan las fotos, los móviles manzaniles. Se llama a la familia. Es el día del padre y se ha pasado francamente bien. Lástima de literatura que no capta todas las sensaciones, los matices vividos. Desde el miedo, la incertidumbre, la ausencia, la desorientación, el esfuerzo, la superación, la alegría, las risas, el cansancio hasta la inmensa alegría de sentir que hemos sido capaces de rodar por Ámsterdam y vivir para contarlo en una página como esta. No es exagerado. Como en el poema, quien lo probó, lo sabe.

martes, 24 de abril de 2012

Malos tiempos para la lírica

Compartimos hoy un poema de Bertold Brecht, un poema para reflexionar sobre lo que somos o hacia dónde nos conducimos (o nos conducen) en estos tiempos oscuros, donde parece que la esperanza, la alegría o el optimismo están devaluados. Consejo: El poema hay que degustarlo lentamente. La ilustración la hemos visto en el blog de la Biblioteca Municipal de Alange. Mil gracias.

Añadimos dos vídeos de Miguel Ríos al hilo del poema.






MALOS TIEMPOS PARA LA LÍRICA
Ya sé que sólo agrada
quien es feliz. Su voz
se escucha con gusto. Es hermoso su rostro.

El árbol deforme del patio
denuncia el terreno malo, pero
la gente que pasa le llama deforme
con razón.

Las barcas verdes y las velas alegres de Sund
no las veo. De todas las cosas,
sólo veo la gigantesca red del pescador.

¿Por qué sólo hablo
de que la campesina de cuarenta años anda encorvada?
Los pechos de las muchachas
son cálidos como antes.

En mi canción, una rima
parecería casi una insolencia.

En mí combaten
el entusiasmo por el manzano en flor
y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda.
Pero sólo esto último
me impulsa a escribir.



lunes, 16 de abril de 2012

I amsterdam. Capítulo segundo

Cuando Flip encontró a Flop

Se despierta el día, sale el sol... Parece el comienzo de una canción de un musical miserable... Son las ocho treinta y el chinchín senior y Martuki se dirigen en busca de alimento para la tribu que aún duerme a pierna y ronquido suelto. Los cazadores buscan y traen comida para el resto de la manada. Esa tarea tácitamente se le asigna al chinchín senior. Unos narran la historia a posteriori, otros le dan espléndidamente a los fogones... Buscan leche para el desayuno pero se convierte en una misión fallida. Se decide ir a desayunar fuera, dadas las circunstancias y la escasez de provisiones. 



Acabamos de llegar y el capital de la Compañía no está en crisis ni sufre recortes. La Merkel nos deja respirar, despilfarrar nuestra economía en un suculento desayuno en un lugar de la zona. La prima de riesgo está baja. La idea es llenar la panza para luego vagabundear un poco por la ciudad que se despereza somnolienta y con una ligera llovizna. Martuki opina que a los viajes uno va a perderse. No le falta razón...

Tras los preparativos matutinos, se decide el plan del día. Llueve. Comenzamos a andar y acabamos cayendo de bruces en la parte más complicada de explicar de Ámsterdam cuando se viaja con niños. Estamos en el Barrio Rojo, en el Red Light District, en sus callejones de besos y camas de alquiler, de mujeres que nos miran con la oferta de lo que venden. Es el placer que esconde y se muestra tras un cristal. Nadie pregunta nada, hay poco ambiente y se salva el escollo infantil con cierta facilidad.




Nuestros estómagos gritan y nos conducen, tras unas cuantas vueltas a un pequeño restaurante donde desayunamos unas estupendas tartas de manzana con unos generosos chocolates calentitos. La Compañía disiente sobre el menú. La ciudad bosteza tras la resaca del sábado noche. Nos mira tranquila mientras decidimos por qué calle empezar a perdernos. La fina lluvia nos acompaña amablemente mientras nos dirigimos a nuestro destino. Por el camino nos encontramos con las primeras fotografías digitales que nos llevaremos. Cada uno se interesa por cosas distintas. Arquitectura, unos zuecos típicos. Somos unos guiris sueltos en Ámsterdam y nos comportamos como tales. El bebé chinchín, que comienza a ejercer de hermana mayor ante el lenteja, se anima a sacarnos una preciosa foto de grupo.




Nuestros pies nos llevan hacia un inmenso parque de bolas llamado Tun Fun, muy cerca del museo De Ana Frank e infinitamente más divertido. Es poco frecuente y casi sorprendente que unos turistas se fijen en él, pero viajando con niños pequeños y con una previsión de lluvia sobre el horizonte, nos parecía un plan perfecto para el primer día en la ciudad por explorar. Viajar con niños tiene sus pros y sus contras, como todo, pero teníamos muy claro que nosotros, los mal llamados adultos, nos acomodaríamos a ellos, y no al revés.




Los críos se vuelven literalmente locos mientras los que superamos el metro y medio de estatura imitamos a los despreocupados lugareños, que medio atienden al frenesí de su prole, abrumada por el millón de bolas de colores, las rampas, los toboganes, los castillos hinchables. Adrenalina infantil en estado puro.




Estupefactos, asistimos con cierta perplejidad la diferencia entre los sitios que conocemos en Madrid, mucho más pequeños y con bastante control por parte de los adultos, con la actitud muy generosa y flexible en cuanto a normas y tolerancia por parte del amsterdamnés medio. ¡Cómo somos, cómo nos verán!



Las horas pasan y los mal llamados adultos nos animamos a explorar el parque. Casi estuvimos a punto de pedir un mapa en la entrada. 


Unos recorriendo los casi 4000 metros cuadrados de la instalación, otros buscando infructuosamente a sus propios hijos. Los más atrevidos, canallas y desinhibidos, se lanzan (literalmente) a probar la miel de volver a ser niño. Los narradores de esta historia (porque en esta historia hay más de un narrador) se suben a lo más alto de un tobogán con una caída inicial totalmente vertical. Impresionante. Desde abajo no se aprecia la caída. Adjuntamos un vídeo explicativo.




Tres miembros de la Compañía protagonizan uno de los momentos más peligrosos y divertidos de la jornada. Un narrador, una adolescente y un ser con coletas al viento deciden torpe e inconscientemente bajar de la mano, los tres a la vez. Ya sé lo que dirá y pensará el lector. A toro pasado todos somos mu listos...

El problema fue fundamentalmente físico. Newton se estará descoronando desde su tumba londinense al comprobar qué mal aplicamos sus enseñanza teóricas. Describamos el asunto de forma científica, matemática y objetivamente:

"Hipótesis. Si tres cuerpos de distinto peso (y nótese la brutal diferencia entre cada uno de ellos) se deslizan por una pendiente con una grado determinado de caída. ¿Qué ocurrirá? ¿Qué valor tendrá la x de la ecuación? ¿Cuál es el resultado de y? 

-¿Qué peso tiene cada cuerpo? -pregunta el gafotas de la primera fila.

-Buena pregunta. El cuerpo A pesa 100 kilos, el cuerpo B 50 kilogramos y el cuerpo C, tan solo, 20 kg.

-¿Y la inclinación de la pendiente?

-El primer tramo tiene una pendiente de 90 grados que se suaviza a los tres segundos de caída. Deben determinar la velocidad de caída del cuerpo A, la del cuerpo B y la del cuerpo C. Tienen tres minutos.

Pasados los tres minutos, hasta los más tontos alumnos de la ESO de Física podrán deducir que independientemente de la velocidad de cada cuerpo, es indiscutible que el cuerpo de mayor volumen bajará considerablemente más rápido que el cuerpo de menor volumen. Si se añade la circunstancia de que bajan al unísono, no es difícil llegar a la conclusión de que bajarán a velocidades distintas y por tanto en tiempos distintos. Cada cuerpo desequilibrará a los otros dos restantes mientras caen.

En roman paladí, o en tono menos erudito, el pedante párrafo de arriba significa que el cuerpo más gordo arrastrará al más flaquito. Y este último, el menos pesado, terminará rebotando una y otra vez contra la parte dura del tobogán hasta llegar abajo como si de una pelota se tratara. Vamos, que se pega una hostia de cuidado, con perdón. 

Como decíamos, el problema fue fundamentalmente físico. Cualquier experto en la materia alertaría al adulto, la adolescente y la niña les alertaría que sus cuerpos caerían a velocidades muy dispares pudiendo evitar el tremendo mamporro que sufrió el bebé chinchín, que bajó rebotando (tal cual) por el tobogán de la muerte. Agradecemos al intrépido fotógrafo de guerra chinchín que fue quien inmortalizó tal ocasión. Al menos la foto quedó divertida, de Twitter. Se rumorea que será el próximo premio Pulitzer de este año. Aportamos documento gráfico así como video del momento en cuestión para que los protagonistas de la historia vuelvan a reír recordándolo, sobre todo con la instantánea. 








Lo curioso es que nadie se dio cuenta. No ocurrió nada. Podría haber bajado primero nuestro cuerpo y luego nuestra cabeza, que ningún lugareño se inmutaría. Estos holandeses... Desde que le dimos cera en la final del Mundial, aprecian poco a unos españoles malheridos. Después de comprobar que esa no era la circunstancia -la de que nuestra cabeza bajara antes que nuestro cuerpo- nos hartamos a reír rememorando la escena y la fotografía. Todos menos el bebé chinchín que pensaría: "¿De qué carajo se ríen estos idiotas? He visto pasar mi vida de tres años y medio como en una película y encima van y se descojonan. Ya me vengaré cuando sea adulta y los meta en un asilo de la Seguridad Social. Veremos quién se ríe entonces. Ja." Tras el contundente pensamiento, pide, por favor, no repetir la experiencia. Entre lágrimas, no nos negamos.

Se sale del inmenso parque de bolas como cuatro o cinco horas después de haber entrado. Padre e hijo intentan echar una partida de ajedrez con piezas gigantes pero las niñas, con otros planes, sabotean sin compasión la partida. El niño pone cara de "como diría Bob Esponja, me las pagaréis, ya me vengaré aunque no sepa qué significa eso exactamente". 


Nos fuimos porque estábamos ya más que hartos del dichoso parque de Tun Fun. Nos llevamos una bola naranja de recuerdo y otra azul. Una para cada familia. Martuki pasa de pillar la suya. Estuvimos buena parte del final de la mañana y casi media tarde. Extenuados, nos perdimos por las calles de Ámsterdam. Había que pensar en provisionarnos para la cena y el desayuno del día siguiente. El plan, a partir de ese momento, era sencillo. Había que reponer alimentos, cena y algo de jarabe de zumo de cebada, marca Heineken que incomprensiblemente ya se nos había terminado.



Llegamos al apartamento. Bañar por turnos a todas las criaturas, darles la cena y facturarles para dormir se convierte en una agradable costumbre. Ya limpios, cenados, empijamados, el tío chinchín se arranca con una narración muy divertida sobre Epi y Blas, donde aparece el señor Rosendo Mercado cantando su Maneras de vivir. Los primeros personajes infantiles gays (Epi y Blas, por supuesto) duermen en un lugar llamado curiosamente igual que el apartamento donde nos alojamos. Salen Flip y Flop a escena. Más lágrimas e inevitable interrupción del cuento y de esta historia.



En este punto de la historia el narrador debe hacer un pequeño inciso, un kit kat, un paréntesis. Hay que recordarle al lector que el título del capítulo es Cuando Flip encontró a Flop. Es el momento de dar cuentas, de dar las explicaciones oportunas. Como en las pelos, sacamos una cortina de humo y pintamos de verde nuestra respuesta.

(Se abre paréntesis.
A la llegada del apartamento, el lector recordará que el personaje interpretado por la cuña se agobia con la escasa limpieza de la cocina y sobre todo con la del baño. En ese instante decide que la solución es comprar a los niños unas chanclas para la hora del baño y subsanar así cualquier posible infección venidera.
Se da la circunstancia de que el narrador, intentando ayudarla y desconociendo por completo lo que conllevaría después tal ayuda y tal iniciativa, encuentra en su diccionario móvil manzanil la solución a todos los problemas del mundo mundial higiénico. Se transcribe lo que propone el diccionario:
Concise Oxford Spanish Dictionary © 2009 Oxford University Press:
chancla sustantivo femenino (sandaliaflip-flop;
(pantufla) (Colslipper
Diccionario Espasa concise inglés-español © 2000 Espasa Calpe:
chancla sustantivo femenino Indum flipflop
Diccionario Espasa concise inglés-español © 2000 Espasa Calpe:
chancla sustantivo femenino Indum flipflop
Según el diccionario, chancla se dice flip-flop. Significa algo así como sandalia. Nuestra misión, a partir de ese instante, era encontrar las flip-flop. Pues todo el mundo en busca, en vez del Arca Perdida, fuimos en busca de las dichosas flip-flop. Esa búsqueda está presente a lo largo de todo el día. Ni qué decir tiene que el narrador y la cuñá caen en su propia trampa, una al sugerirlo, otro por buscarlo en inglés. Así que el resto de la Compañía les hacen "adoptar" inmediatamente los apodos Flip para ella, Flop para quien suscribe estas palabras.
Aquí se cierra el paréntesis.)




Situamos al lector, de nuevo. El chinchín narrador está leyendo un cuento de Epi, Blas, Rosendo y los increíble Flip y Flop. Risas y más risas. La cuña no le gusta mucho pero acepta la broma. El narrador estrena apodo, otro nombre que se añade al DNI. El chinchín narrador de cuentos, y morcillero teatral por excelencia y méritos propios, concluye su relato. Los niños están tranquilos y agotados. El día ha sido divertido aunque también bastante duro y cansado. Los niños van cayendo poco a poco en la droga del sueño.

Los papás vuelven a sentirse adultos y deciden salir y volverse a perder en Ámsterdam, pero esta vez bajo el neón rojo de las calles. Martuki se encarga de cuidarles, de comenzar esta bitácora mientras teclea a la velocidad de la luz con su BlackBerry. Alguien apunta que no debe tener ya huellas en los dedos pero apenas tiene incidencia en la adolescente, que está ya dentro de su mundo digital llamado WhatsApp.



Nos dirigimos al Barrio Rojo. Con ciego pudor, nos topamos con los pícaros ojos de las prostitutas que esperan tras un cristal. Las hay divertidas, aburridas, con gafas, con tatuajes, indiferentes, altas, delgadísimas, alguna con celulitis, las hay jóvenes, las hay negras, occidentales, mulatas. Pero no vemos a hombres tras los cristales. Nos preguntamos si la prostitución masculina está aceptada también como la femenina en la ciudad del placer prohibido permitido. Pero en el barrio que nos movemos solo hay chicas jóvenes, todas en ropa interior, ninguna desnuda o haciendo top less. Hablamos sobre los que no parece bien o mal de este asunto. Todos estamos a favor de la legalización de la prostitución, de llevarlo a un ámbito  legal, donde se acepte como un negocio más de la zona. 

Llegamos a la conclusión de que es un negocio extremadamente voraz con un márketing muy agresivo, el de las propias chicas y que al final y al cabo lo que vemos es una exposición de la carne, que la competencia entre meretrices es un tanto denigrante para la mujer en sí, pero quizás como cualquier concurso de belleza, o como las modelos, o como las azafatas de la televisión. Es la oferta y la demanda.



Acabamos muy cerca del apartamento tomándonos unas estupendas cervezas holandesas, que costaban cinco euros cada una. Hay que apuntar que la chinchona nos anuncia que está embarazada. En realidad es el bebé chinchín quien lo suelta en la cena, como en broma. Muy típico de los chinchines. Así que ella, toma una sin alcohol. Dada la noticia, descartamos cualquier coffeshop de la zona. El narrador se queda con las ganas pero el lenteja bien vale pasar de probar cosas nuevas.



A nuestro lado, unos jóvenes apuran sus cervezas. La chinchona nos indica el estado perjudicado de los mismos. Ellos están flotando en sus asientos. Ellas, están mucho más serenas, al menos no vuelan. Debían estar haciendo una ruta algo más atrevida que la nuestra. Todos pensamos que con unos años más y con esa dieta, llegarían a tener el aspecto de la fotografía que adjuntamos.



Risas y más risas. Se decide que es hora de recogernos. Los viejunos somos así. Al día siguiente, nos adentraríamos en Ámsterdam en bicicleta y había que descansar.





Capítulo tercero. Con rodar me vale

viernes, 13 de abril de 2012

Fragmento Claraboya


"De cualquier manera, y aunque recelaba que, en muchos pasajes, Pessoa se burlaba del lector y que, pareciendo sincero, se mofaba, se habituó a respetarlo hasta en sus contradicciones. Y, si no tenía dudas acerca de su grandeza como poeta, le parecía a veces, especialmente en esos días absurdos de desencanto, que en la poesía de Pessoa había mucho de gratuito. ¿Y qué hay de malo en eso? -pensaba Abel-. ¿No puede la poesía ser gratuita? Puede, sin duda, y no es nada malo. Pero ¿y bueno? ¿Qué hay de bueno en la poesía gratuita? La poesía es, tal vez, como una fuente que corre, es como agua que nace en la montaña, sencilla y natural, gratuita en sí misma. La sed está en los hombres, la necesidad está en los hombres, no solo porque estas existen, el agua deja de ser de gracia. ¿Sería así también la poesía? Ningún poeta, como ningún hombre, sea quien sea, es sencillo y natural. Y Pessoa menos que ningún otro. Quien tenga sed de humanidad no la saciará en los versos de Pessoa: será como si bebiera agua salada. Y, con todo, qué admirable poesía y qué fascinación. Gratuita, sí, pero ¿eso importa si desciendo al fondo de mí mismo y me encuentro también gratuito e inútil?"
José Saramago, fragmento de la novela Claraboya, traducción de Pilar del Río

(La ilustración es de Willie Medeiros. Un millón de gracias



jueves, 12 de abril de 2012

Mitológica imposible

Reposteamos un artículo de la gente OldSkull sobre una ilustradora llamada Caitilin Hackett.  Un millón de gracias, chicos.

Es impresionante. Para deleitarse en los detalles... El link original está aquí:



Caitlin Hackett es una ilustradora Neoyorquina que refleja a la perfección en cada uno de sus trabajos las fronteras que separan a los humanos de los animales, tanto física como metafísica, y cómo estos límites son deformados por la mitología, la historia y las creencias religiosas.
Caitlin representa sus criaturas mutantes, y antropomorfas utilizando bolígrafo y acuarela como medios principales.





























Hierro en el corazón

Cuando éramos infinitamente más jóvenes, tuvimos el placer y el privilegio de entrevistar a José Hierro. Fue en la década de los noventa, y el instituto se acababa. De ese encuentro se sacó muchas cosas. Un servidor extrajo sobre la rima, el ritmo. Daba gusto oír lo que pacientemente enseñaba a unos cuantos colegiales. En esa época estaba sordo de un pie (aún sigo recuperándome) pero el profe de literatura que nos acompañó tenía el oído fino y nos explicó que buena parte de la conversación, el maestro José Hierro estaba hablando en frases de once sílabas, es decir que respiraba en endecasílabos. No sé si era exagerado, pero me gusta pensar que el gran Pepe Hierro respiraba de tal forma.

Ha pasado una década. Tal día como hoy falleció el poeta José Hierro. En Getafe, en su fundación, estos días se celebran una serie de encuentros y de homenajes. Se aconseja visitar su web para ver qué están organizando. 

Transcribimos la nota de prensa que han publicado así como un poema. 


 CONMEMORACIÓN HIERRO 2012

Antes de que los años otorgaran la perspectiva que habitualmente precisan el canon crítico y los amantes de la poesía para valorar una obra en toda su dimensión, José Hierro había alcanzado, y disfrutado en vida, un reconocimiento unánime con los más prestigiosos premios de la literatura española, como el Premio Príncipe de Asturias en 1981, el Premio Reina Sofía en 1995 o el Premio Cervantes en 1998. Su poesía fue, sin duda, una de las más extraordinarias e influyentes del pasado siglo, y su trayectoria humana un ejemplo de tesón constructivo, de honestidad y de solidaridad con sus compañeros de oficio y con sus semejantes. Preservarlas y difundirlas es uno de los objetivos fundamentales de nuestra Fundación. Construir la tradición precisa de una resistencia al olvido.

En este 2012 en el que se cumplen diez años de ausencia de nuestro poeta y noventa de su nacimiento hemos preparado la Conmemoración Hierro 2012. Su realización ha sido posible gracias a la generosa colaboración de Acción Cultural Española, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Ámbito Cultural, Círculo de Bellas Artes, Instituto Cervantes y Centro Clínico Quirúrgico 2000.
La idea central, apoyada por un comité asesor compuesto por D. Luis Alberto de Cuenca, D. Pablo Martínez (Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Getafe), D. Manuel Rico, Dª Tacha Romero Hierro, Dª Isabel Rosell (Dra. General de Archivos, Museos y Bibliotecas de la Comunidad de Madrid), Dª Fanny Rubio y Dª Julieta Valero, es la realización de una serie de eventos-homenaje que, trascendiendo lo meramente melancólico y elegíaco, ofrezcan una visión del autor dinámica, plena e integrada en la actualidad poética y cultural. Por ello nuestro planteamiento es multidimensional, tanto a nivel de contenidos y enfoques como en cuanto a los espacios geográficos implicados en esta necesaria revisitación de una poética fundamental de nuestra historia reciente.
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Canción de cuna para dormir a un preso

La gaviota sobre el pinar.
(La mar resuena.)
Se acerca el sueño. Dormirás,
soñarás, aunque no lo quieras.
La gaviota sobre el pinar
goteado todo de estrellas.

Duerme. Ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
No hay más que sombra. Arriba, luna.
Peter Pan por las alamedas.
Sobre ciervos de lomo verde
la niña ciega.
Ya tú eres hombre, ya te duermes,
mi amigo, ea...

Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo
sobre la luna, y la degüella.
La mar está cerca de ti,
muerde tus piernas.
No es verdad que tú seas hombre;
eres un niño que no sueña.
No es verdad que tú hayas sufrido:
son cuentos tristes que te cuentan.
Duerme. La sombra toda es tuya,
mi amigo, ea...

Eres un niño que está serio.
Perdió la risa y no la encuentra.
Será que habrá caído al mar,
la habrá comido una ballena.
Duerme, mi amigo, que te acunen
campanillas y panderetas,
flautas de caña de son vago
amanecidas en la niebla.

No es verdad que te pese el alma.
El alma es aire y humo y seda.
La noche es vasta. Tiene espacios
para volar por donde quieras,
para llegar al alba y ver
las aguas frías que despiertan,
las rocas grises, como el casco
que tú llevabas a la guerra.
La noche es amplia, duerme, amigo,
mi amigo, ea...

La noche es bella, está desnuda,
no tiene límites ni rejas.
No es verdad que tú hayas sufrido,
son cuentos tristes que te cuentan.
Tú eres un niño que está triste,
eres un niño que no sueña.
Y la gaviota está esperando
para venir cuando te duermas.
Duerme, ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
Duerme, mi amigo...

Ya se duerme
mi amigo, ea...

De "Tierra sin nosotros" 1947