La primera vez había sido un hotel de la rue Valette,
andaban por ahí vagando y parándose en los portales, la llovizna después del
almuerzo es siempre amarga y había que hacer algo contra ese polvo helado,
contra esos impermeables que olían a goma, de golpe la Maga se apretó contra
Oliveira y se miraron como tontos, HOTEL, la vieja detrás del roñoso escritorio
los saludó comprensivamente y qué otra cosa se podía hacer con ese sucio
tiempo. Arrastraba una pierna, era angustioso verla subir parándose en cada escalón
para remontar la pierna enferma mucho más gruesa que la otra, repetir la
maniobra hasta el cuarto piso. Olía a blando, a sopa, en la alfombra del
pasillo alguien había tirado un líquido azul que dibujaba como un par de alas.
La pieza tenía dos ventanas con cortinas rojas, zurcidas y llenas de retazos;
una luz húmeda se filtraba como un ángel hasta la cama de acolchado amarillo.
Coin de la Rue Valette et Pantheon 1925. Imagen vista en la web all-art |
La Maga había pretendido inocentemente hacer literatura,
quedarse al lado de la ventana fingiendo mirar la calle mientras Oliveira
verificaba la falleba de la puerta. Debía tener un esquema prefabricado de esas
cosas, o quizá le sucedían siempre de la misma manera, primero se dejaba la
cartera en la mesa, se buscaban los cigarrillos, se miraba la calle, se fumaba
aspirando a fondo el humo, se hacía un comentario sobre el empapelado, se
esperaba, evidentemente se esperaba, se cumplían todos los gestos necesarios
para darle al hombre su mejor papel, dejarle todo el tiempo necesario la
iniciativa. En algún momento se habían puesto a reír, era demasiado tonto.
Tirado en un rincón, el acolchado amarillo quedó como un muñeco informe contra
la pared.
Se acostumbraron a comparar los acolchados, las puertas,
las lámparas, las cortinas; las piezas de los hoteles del cinquième
arrondissement eran mejores que las del sixième para ellos, en el septième
no tenían suerte, siempre pasaba algo, golpes en la pieza de al lado o los
caños hacían un ruido lúgubre, ya por entonces Oliveira le había contado a la
Maga la historia de Troppmann, la Maga escuchaba pegándose contra él, tendría
que leer el relato de Turguéniev, era increíble todo lo que tendría que leer en
esos dos años (no se sabía por qué eran dos), otro día fue Petiot, otra vez
Weidmann, otra vez Christie, el hotel acababa casi siempre por darles ganas de
hablar de crímenes, pero también a la Maga la invadía de golpe una marea de
seriedad, preguntaba con los ojos fijos en el cielo raso si la pintura sienesa
era tan enorme como afirmaba Etienne, si no sería necesario hacer economías
para comprarse un tocadiscos y las obras de Hugo Wolf, que a veces canturreaba
interrumpiéndose a la mitad, olvidada y furiosa.
Hoteles del cinquième arrondissement |
A Oliveira le gustaba hacer el
amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo
tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su
placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y
lo prolongaba, era como un despertarse y conocer su verdadero nombre, y después
recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira
temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus
recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar,
entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra,
la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una
bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica
y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las
uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una
noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él
se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras,
Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no
era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta
cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el
espacio a las preguntas y a los terrores.
Visto en el blog encuentroatma |
Sólo esa vez, excentrado como un
matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo,
vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo
Pasifae, la dobló y la usó como a un adolescente, la conoció y le exigió las
servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre
los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como
el desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó
hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento
que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y
quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una
almohada y una sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un
nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.
Más tarde a Oliveira le preocupó que ella se creyera
colmada, que los juegos buscaran ascender a sacrificio. Temía sobre todo la
forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino, no quería que la
libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad
diligente. Se tranquilizó porque la vuelta de la Maga al plano del café negro y
la visita al bidé se vio señalada por una recaída en la peor de las confusiones.
Maltratada de absoluto durante esa noche, abierta a una porosidad de espacio
que late y se expande, sus primeras palabras de este lado tenían que azotarla
como látigos, y su vuelta al borde de la cama, imagen de una consternación
progresiva que busca neutralizarse con sonrisas y una vaga esperanza, dejó
particularmente satisfecho a Oliveira. Puesto que no la amaba, puesto que el
deseo cesaría (porque no la amaba, y el deseo cesaría), evitar como la peste
toda sacralización de los juegos. Durante días, durante semanas, durante
algunos meses, cada cuarto de hotel y cada plaza, cada postura amorosa y cada
amanecer en un café de los mercados: circo feroz, operación sutil y balance
lúcido. Se llegó así a saber que la Maga esperaba verdaderamente que Horacio la
matara, y que esa muerte debía ser de fénix, el ingreso al concilio de los
filósofos, es decir a las charlas del Club de la Serpiente: la Maga quería
aprender, quería ins-truir-se.
Visto en el blog obraerikakuhn
Horacio era exaltado, concitado a la función del
sacrificador lustral, y puesto que casi nunca se alcanzaban porque en pleno
diálogo eran tan distintos y andaban por tan opuestas cosas (y eso ella lo
sabía, lo comprendía muy bien), entonces la única posibilidad de encuentro
estaba en que Horacio la matara en el amor donde ella podía conseguir
encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales
y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la
hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta,
mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad suya, a
traerla de su lado.
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