miércoles, 16 de noviembre de 2011

La soledad del bloguero de fondo. Día 1

Como en aquella película titulada La soledad del corredor de fondo, comienzo a escribir este post extraño que no sé aún si me llevará a alguna parte o si lo romperé digitalmente negando su existencia poco después de terminarlo. 


Me gustaría dejar por escrito a modo de bitácora vital, esta loca aventura llamada Impresioneslasjustas. Tengo la sensación de que tengo que escribir para no olvidar. Elegir entre el olvido y la memoria... Dejaré miguitas de pan por el camino, por si algún día tengo que regresar al punto de partida. Una de estas miguitas bien podría ser este post.


Tengo a mi izquierda un libro de poemas de Bukowski, de donde extraigo pequeñas frases, apuntes o ideas para llevar a cabo. Acabo de subir un post con un poema genial suyo y unas ilustraciones que lo acompañan magníficamente. El trabajo de este martes lluvioso parece haber concluido. Esa soledad de fondo que se siente a veces siendo bloguero, hoy está saciada. 


Debo confesar que siempre que termino un post, en algún momento del día me acuerdo del mito del pobre Sísifo. Transcribo un pasaje que he encontrado navegando por la red. Es extraño en mí, pero no recuerdo de dónde lo extraje y no tuve la precaución de anotarlo en ningún sitio. Es éste:


"Cuenta la historia que los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza."  



Al hilo del mito, me viene a la cabeza una frase de un buen amigo. No sé si la leí o me la dijo. La memoria me gasta estas bromas pesadas. Mi amigo se llama Josep Pons. Es el editor responsable del proyecto llamado editorial Melusina. Casi ná... Decía algo así como que lo peor del oficio de editor no era las molestas devoluciones de  los libreros, ni lidiar con autores, ni los plazos de entrega... Lo peor, sin duda, era dar de comer a la bestia. Se concluía un libro pero poco tiempo había para saborearlo. Había que alimentar a la bestia con otro distinto. Y así, como Sísifo, en un bucle que parece no tener fin. 


En mucha menor medida, por supuesto, debería etiquetarme como el aprendiz de bloguero que acaba de nacer bajo el paraguas del mundo digital, compuesto de ceros y unos y que se ha propuesto la absurda idea de que cada día, el contenido de su blog editorial cambie. En definitiva se trata de alimentar a la bestia. Intuyo que material hay de sobra para compartir varias vidas y aunque el tiempo escasea, me amarro al duro banco cada día y actualizo el blog. Soy esclavo de mis propias ansias, prisionero de las cosas que imagino hacer. A veces me preguntó que pensaría el pobre Sísifo al subir cada día su roca y qué sentiría al caer para volver a empezar. A veces le comprendo perfectamente.

El libro de Hank (el alter ego de Charles Bukowski) , ése que curioseo más que otra cosa, parece insultarme. De lo que estoy seguro es que su autor se debe de estar descojonando vivo, borracho perdido donde se encuentre, de los insulsos intentos de los que aporreamos las teclas, como le ocurría a él, noche tras noche. ¿Qué buscamos los que estamos en los capítulos de más allá, como diría Cortázar? ¿Qué buscamos los que publicamos día tras día un nuevo post, o un poema, o un ensayo, o un relato? ¿Qué nos alimenta para levantar esa roca pesada y llevarla hasta arriba? ¿Por qué escribir? Sabemos que mañana tenemos que volver a hacer lo mismo. En los días malos, donde los fantasmas salen de sus encierros y me torturan, en esos días, le cambiaría el puesto a Sísifo sin dudarlo.


Si a mi izquierda estaba el libro de Bukowski, a mi derecha hay una hoja de papel a medio emborronar. Lleva un poema frustrado que tiene pinta de ser una tentativa más que una realidad. Me temo que hoy no habrá poema en los tinteros que como diría el flaco Sabina, tinteros borrachos de tinta que ordeño a diario.  

A mi derecha, como siempre, hay algún papel escrito o con tachaduras. Escribo a mano y luego, si creo que merece la pena, lo paso a esa máquina sin alma llamada ordenador. Lo privado lo sigo escribiendo a mano. Si es trabajo, lo tecleo. Es fácil distinguir un acto del otro de esta manera. Es más gráfico tachar que darle a la tecla de borrar, que no deja huella alguna. Manías... De ese poema frustrado nace la necesidad de cambiar de registro, de pasarme hoy a la prosa e intentar engañar a la musa con otro género.


Quizás, lo importante para Sísifo no es que se plantee si su trabajo merece la pena o no, si tiene sentido o hay que abandonar, si ese enorme esfuerzo de llevar la roca pendiente arriba le lleva a pensar "¿para qué tanto esfuerzo?" 


Quizás, y solo quizás, lo importante es saber si uno puede empezar de nuevo su trabajo, desde abajo, desde cero, si tendrá fuerzas para llevarlas a cabo. A lo mejor la pregunta adecuada sería "¿y por qué no?"

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