lunes, 12 de noviembre de 2018

Y de repente, dejó de leer. Día 0

He pasado un tiempo sin escribir. Quien dice un tiempo, dice unos años. Como diría Cervantes, estuve entretenido en otras cosas...

Lo primero que tengo que decir es que la respuesta es 42. Esa es la respuesta. La imagen que ilustra está sacada de la web Gizmondo.com
¿Que no se entiende? ¿Que he ido muy rápido? ¿Que no sabéis cuál era la pregunta? Entendido. He corrido demasiado y os habéis perdido en algún punto del camino. Rebobino.
El principio
Año 2018. Getafe. Es una nueva época. Es un buen momento para abrir nuevas puertas para encontrar nuevos mundos. Esos nuevos mundos hoy se llaman adolescencia y "pre adolescencia". Hablo de la adolescencia de mis hijos. Ojalá, cuando sean mayores y lean esto, no decidan, dentro de unas décadas, encerrarme en una residencia cutre, fría y sin compañía, que no sea una calculada venganza por estas palabras que hoy escribo. Ya saben que la venganza es un plato que se sirve frío. Y el tiempo lo enfría todo.
Puede ocurrir también que me acusen los muy ingratos de no haberles educado mejor, con más medios, de una manera diferente... Una imagen vista en Bebes y más (aunque la ilustración original se encuentra en www.e-faro.info) lo ilustra mejor que mis palabras.

Acabo la introducción. Mi hija de once años ha dejado leer. Final del primer acto. Telón.

Segundo acto
En este segundo acto, quiero compartir un experimento con el respetable. Una idea loca que he pergeñado a lo largo de una noche de insomnio. ¿Qué podemos hacer? Es hora de salir de la trinchera paterna. Es hora de El Imperio contraataca.



Mi hija de once años ha dejado de leer. Cierto. No es que haya sufrido una contusión en la cabeza, que tenga un aneurisma o que se le haya diagnosticado una amnesia fulgurante y cruel que le ha privado del placer de la lectura.

Imagino que no ha sido de golpe, que ha sido más bien algo paulatino, tan lento que burló los ojos siempre avizores de sus padres. Este hecho fue un virus paciente que pasó de puntillas junto a nosotros, delante de nuestras narices, camuflado en lo cotidiano. Cruzó desapercibido nuestras defensas y nos encontró con la guardia en baja forma. Lento pero seguro, el ataque de este intruso ha eliminado poco a poco los centinelas dispuestos para contener este tipo de intromisiones. Así que golpeó primero para huir después dejando todo patas arriba. La conclusión es que mi hija de once años ha dejado de leer. 
Nos hemos encontrado con este problema sin previo aviso, o al menos sin que hayamos sido conscientes. En casa, sobre todo, los que aparentamos ser adultos, entramos en alarma. Deben leerse las próximas líneas con manifiesta angustia, con la desazón de no saber solucionar este cubo de Rubik sin hacer trampas. 
-¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué he hecho mal? ¿Qué hecho yo para merecer esto? Es mi culpa -dijo ella.
-Necesitábamos ayuda de inmediato. Cari, coge el teléfono -dijo él.
-¿Llamamos al Ministerio de Cultura? ¿Al Ministerio de Magia?¿Mandamos un email a Elsa Punset? -dijo ella.
-No. Necesitamos al Equipo-A -dijo él. 
Apretamos el botón del pánico. Fuimos como los muñequitos de la película de Pixar Del revés. 
Calma. Analicemos esto despacito, fríamente. No tiene móvil, en casa no hay una infernal consola de videojuegos. Solo hay una tele que hay que compartir. No se abusa de ella en exceso. Ella, la criatura de once años de la que hablamos, es una niña muy extrovertida. Le encanta el teatro, el cine, escribir. Tiene muchos amigos, con muchas inquietudes, muy imaginativa, con altas dosis de creatividad, dueña de su propio mundo... Y sin embargo, ha dejado de leer. Why?
Hablemos del contexto. El ambiente en casa es propicio para la lectura. Hay muchos libros. La frase "el saber no ocupa lugar" no es cierta, al menos en nuestra casa es, cuando menos, matizable. Hay libros por todas partes. En casa, todos (o casi todos ahora) somos grandes lectores. Se favorece el diálogo, la conversación. Nos interesa, nos apasionan los cómics, las películas, la música, y claro está, los libros. Cada uno tiene su propia biblioteca. Entonces, ¿por qué al cumplir los once años, mi hija ha dejado de leer? 
Como siempre, a la primera que preguntamos fue a ella, la responsable de nuestros desvelos. No supo qué responder. O no quiso. Pobre... Tampoco parecía preocupada. Nos devolvió la pregunta. La mejor defensa siempre fue un buen ataque. 
-Papá, ¿por qué crees que no leo? ¿Sabes la respuesta? -dijo ella.
-Sí, sé la respuesta -mintió el padre, raudo y veloz. La respuesta es 42.

Esa noche leímos juntos un libro de Ricardo Cavolo que nos encanta. Es un ilustrador muy pero que muy recomendable. Leímos un poco del libro 100 películas sin las que no podría vivir (Lunwerg editores). Y volvimos a la complicidad de compartir lectura.
Ganas de leer: 1. No quiero leer: 0.
En este blog me propongo buscar respuestas. O al menos entender esta nueva situación. Quiero escribir un cuaderno de bitácora, con sus aciertos y sus carencias y que ustedes (vosotros) sean cómplices. Se trata de ver y de comprender, sobre todo, este nuevo escenario.
Como hoy hemos ganado al infame enemigo (ya le pondremos nombre) de la No lectura, lo celebro con un soneto del maestro Sabina, recitado además, por él mismo. El vídeo lo he encontrado en la web Te invito a leer conmigo. Mil gracias.
Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas,
las golondrinas muertas en la almohada.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman al humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole sin dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.
Lo atroz del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le siguen dos puntos suspensivos…

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