miércoles, 14 de noviembre de 2018

Y de repente, dejó de leer. Día 1


¡Sale el sol!
Hay un destino escrito para mí.
Es un calvario que no tiene fin.
No puede haber peor prisión.
Van tras de mí, no habrá perdón.
¡Sale el sol!
Yo no vivía sin tu amor.
¿Será la muerte separarnos?
¡Sale el sol!



— ¿Qué escribes, papá?
— Un post para el Máster.

— ¿Qué es un post?
— Es un texto que se publica en un blog, un texto que habla de un tema, reflexiona sobre algo, explica cómo funciona una cosa en concreto, puede ser...
— Ya. ¿Como una carta?
— Parecido, aunque no sabes quién lo va a leer. Se parece más a un artículo de una revista que a una carta. Escribes sobre una cuestión en concreto. Pones enlaces, vídeos...
— Ajá. ¿Y de qué va el tuyo?
— ...
— ¿Lo puedo leer? —insistió ella.
— No estoy seguro.
— ¿Por qué?
— Porque el post habla de ti.



Esta fue, más o menos la conversación. Hay alguna parte de verdad, alguna de ficción. Al final le dejé leer el post y prometí que cada vez que escribiera uno nuevo, lo podría leer. No pareció darle mucha importancia a lo que leyó. Se quedó con la idea de la residencia. No sé si fue buena idea dejarlo por escrito.

Tenía muchísimas ganas de compartir a este pedazo youtuber, Jaime Altozano. Muy recomendable seguirle la pista a este joven divulgador, que realiza unos estupendos vídeos sobre música y otros temas. En casa estamos muy enganchados a su canal. 


Y como estamos hablando de motivar a la lectura y de por qué se deja de leer, me viene al pelo subir el vídeo de Jaime, que entronca con la educación y el sistema educativo que tenemos (bueno, malo, mejorable...). Su experiencia (su "horrible experiencia") me parece muy apropiada y muy didáctica. Lo comparto aquí porque creo que aclara muchas dudas. Mil gracias, Jaime por tu estupendo trabajo.






Ayer volvimos a los libros nocturnos. Previamente, por la tarde, habíamos pactado que yo elegía el libro y que ella lo leía en voz alta. Al día siguiente, lo haríamos al revés, yo leería el fragmento del libro que ella quisiera.

Propuse leer el tercer libro de la serie de Harry Potter, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, de la archifamosa J.K. Rowling. Habíamos visto la saga entera en el cine y en casa varias veces, pero en su momento se negó en redondo a entrar en los libros. No insistimos. No hay nada peor a que obliguen a leer. Es la mejor forma de odiarlo. Harry Potter me pareció una buena sugerencia. Era un buen principio, porque era un tema que a ella le gustaba. O eso creía.

Como cualquier cosa que preparas con cierta antelación, al final te das cuenta de que no ha servido para nada. Hay cambios sobre la marcha de última hora. Siempre. Cualquier docente suscribirá estas líneas. Y esta ocasión no era diferente. Cuando entré en su habitación, entre manos ella tenía el libro No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, de Laura Norton. Claramente ese libro no está escrito para niñas de once de años, pero me dio un poco igual. Había elegido un libro que quería leer. Suficiente para mí.


— ¿Por qué has elegido este libro? —dije.
— Por el título. Está chulo.
— Guay. ¿Lo lees? Ah, ya veo que te has adelantado, que lo has empezado.
— Sip. Pero quiero que sigas tú leyendo. 
— Vale, si luego tú lees un rato después.
— Trato hecho.

No ha salido el sol porque está lloviendo. Suena la música. Suena la banda sonora del musical Los Miserables. Jean Valjean canta One day more, Sale el sol en la traducción en español. 

La tele está apagada. Mientras escribo estas palabras, ella está sentada detrás mí leyendo más páginas de No culpes al karma... Hacemos tiempo para salir a la calle. De vez en cuando, levanta la vista, intentando cotillear por encima de mi hombro. Intenta disimular. Sabe que escribo sobre ella. Sabe que escribo sobre Y de repente, dejó de leer...

He prometido dejar que lea mañana lo que escribo hoy. Ha cerrado el libro. Nos vamos. 

— ¿Esta noche seguimos con el libro? —preguntó.
Of course respondí.

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