jueves, 16 de febrero de 2012

El lobo, el perro, el periodista y el camarero

Lanzamos una reflexión en forma de cuento infantil y después un vídeo que muestra una realidad demoledora sobre la sobrecualificación que existe en esta bendita/maldita España, camisa blanca...

No es, ningún caso, ningún juicio de valor, ni la fábula ni el vídeo que compartimos. No es nuestro estilo. No hay moralinas,  que como en aquella canción, nos hacen vomitar... pero sí queremos abrir un espacio para pensar por qué hacemos las cosas, qué precio pagamos y si nos parece justo el intercambio. Meditar sobre si no tenemos más remedio, si nos debemos conformar, si hay que quedarse esperando a que te traigan el queso o si salimos a buscarlo, por duro que sea...


El cuento es una fábula de Jean de La Fontaine. Se titula El lobo y el perro. Tanto la ilustración como la traducción del cuento la hemos visto en la web Cuentos de Don Coco. Un millón de gracias a los autores de dicha traducción y del dibujo que aparece bajo estas líneas.


El lobo y el perro


Cerca de un bosque, había una vez un lobo tan flaco que no tenía más que piel y huesos. Su flacura la debía, entre otras cosas, a que no se podía acercar a los ganados, pues estaban protegidos por los perros guardianes. Por eso, sólo de vez en cuando podía meterle el diente a un poco de carne.

Un día, el lobo estaba acechando el rebaño de ovejas, para ver si la suerte lo ayudaba y alcanzaba a cazar, encontró a un perro mastín que se había extraviado. El animal era rollizo y lustroso. Se veía que estaba bien alimentado. El lobo lo hubiese atacado de buena gana para servirse un buen almuerzo. Pero, con mucha sensatez, pensó que tendría que emprender una batalla y que el enemigo tenía trazas de defenderse bien.
Por eso, el lobo decidió acercársele con la mayor cortesía y entablar una conversación con él.
Te felicito, amigo, tienes un hermoso cuerpo –dijo el lobo.Amigo lobo, tú no luces tan bien como yo porque no quieres –contestó el mastín.

El lobo lo miró asombrado.

–¿Cómo que no quiero? A mí me gustaría estar tan bien alimentado como tú.
–Entonces, deja el bosque –repuso el perro–. Los animales que en él se guarecen son unos desdichados, muertos siempre de hambre. ¡Ni un bocado seguro! ¡Todo a la suerte! ¡Siempre al acecho de lo que sea!
Es verdad –dijo tristemente el lobo. Cada día que amanece, me pregunto si tendré un buen almuerzo. Y, cuando llega la noche, casi siempre me voy a dormir con la barriga vacía.Entonces, no lo pienses más –repuso el perro. Sígueme y tendrás mejor vida.¿Y qué tendré que hacer? –preguntó el lobo, que desconfiado, sabía que nada era gratuito en esta vida.Casi nadarepuso el perro. Tienes que proteger la casa, perseguir a los ladrones, jugar con los de la casa y complacer al amo. Con tan poco como esto, tendrás a cambio, huesos de pollo, pichones y, además algunas caricias.

El lobo, al escuchar esto, se imaginó que tendría un buen porvenir y decidió irse con el mastín y ayudarlo a encontrar su casa.
Iban caminando, cuando el lobo advirtió que el perro tenía una peladura en el cuello.

–¿Qué es eso? –le preguntó
–Nada –contestó el perro.
–¡Cómo que nada! Si te veo el cuello pelado. ¿Por qué lo tienes así?
–Será la marca del collar al que estoy amarrado.
–¡Amarrado! –exclamó el lobo– ¿Qué? ¿Estás amarrado? ¿No vas y vienes adonde tú quieres y a la hora qué quieres?
– No siempre… Pero eso, ¿qué importa?
– ¡A mí me importa! Mi libertad es más importante que tu comida. El precio que debo pagar por el alimento es demasiado alto. Y la libertad es el mayor tesoro que poseo en el mundo –dijo el lobo y se echó a correr. Aún está corriendo.


**** 


Leída la pequeña fábula, os dejamos con el vídeo de Charly-Nelson Moreno. Se trata de la historia de trabajar, porque no hay más remedio (y gracias) en lo que uno no ha estudiado, se habla la frustración, de quedarse, de conformarse. Pero también se habla de esperanza.



 

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