A petición de una oyente, -benditos sean- hoy en Impresiones queremos dedicar este post al maestro uruguayo Eduardo Galeano, poeta y escritor imprescindible, nacido en Montevideo en 1940. Es un post que aconsejamos degustar lentamente, ya que hay pequeños textos de mucha enjundia, varios vídeos interesantes, ilustraciones, un pequeño poema...
No nos gusta hacer post biográficos. De hecho, no lo vamos a hacer. Para eso está Google, Wikipedia, los señores bajitos, calvos, con bigote y que llevan trajes impolutos de color cementerio. Son biógrafos de profesión...
No nos gusta hacer post biográficos. De hecho, no lo vamos a hacer. Para eso está Google, Wikipedia, los señores bajitos, calvos, con bigote y que llevan trajes impolutos de color cementerio. Son biógrafos de profesión...
Contar biografías es bastante aburrido, la verdad. Es mucho más interesante buscar y bucear sobre los textos que ha creado el uruguayo, que son unos cuántos. Un autor habla con sus obras, sus textos, sus palabras. Qué mejor homenaje que seleccionar un puñado de ellos. Extraemos todos de El libro de los abrazos.
En Impresiones nos gusta pensar que hay que dar siempre, se reciba o no, algo a cambio, ser generoso en la vida. No es casual que compartamos gratuitamente todo. Y en este caso concreto, Eduardo Galeano nos ha prestado muchísimo. Al final de este largo post, lleno de giros y sorpresas, casi oculto, casi desapercibido, casi invisible para el lector de una ojeada, dejamos un pequeño poema, nuestro pequeño homenaje, la petite mort.
"Soy un escritor que quisiera contribuir al rescate de la memoria secuestrada de toda América, pero sobre todo de América Latina, tierra despreciada y entrañable".
(extraído de Wikipedia)
La casa de las palabras
A la casa de las palabras, acudían los poetas. Las palabras, guardadas
en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían,
locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las
miraran, que las olieran, que las lamieran.
Los poetas abrían los
frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían
la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y
también buscaban palabras que conocían y habían perdido.
En la casa
de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se
ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía
falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre,
rojo sangre, rojo vino...
Visto en el blog La casa de las palabras
El origen del mundo
Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa Beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa Beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo después, Joseph Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio. Me lo conto: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna, y el muy ateo, muy tozudo, no entendía razones.
-Pero papá -le dijo Joseph, llorando-. Si dios no existe ¿quién hizo el mundo?
-Tonto -dijo el obrero cabizbajo, casi en secreto- Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.
-Tonto -dijo el obrero cabizbajo, casi en secreto- Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.
La vida profesional /3
Los banqueros de la gran banquería del mundo, que practican el terrorismo de dinero, pueden más que los reyes y los mariscales y más que el propio Papa de Roma. Ellos jamás se ensucian las manos. No matan a nadie, se limitan a aplaudir el espectáculo.
Sus funcionarios, los tecnócratas internacionales, mandan en muchos países: ellos no son presidentes, ni ministros, ni han sido votados en ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las inversiones y las de sinversiones, los precios, los impuestos, los intereses, los subsidios, la hora de salida del sol y la frescura de las lluvias.
No se ocupan, en cambio, de las cárceles, ni de las cámaras de tormentos, ni de los campos de concentración, ni de los centros de exterminio, aunque en esos lugares ocurren las inevitables consecuencias de sus actos. Los tecnócratas reivindican el privilegio de la irresponsabilidad:
-Somos neutrales -dicen.
La pequeña muerte (Petite mort)
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.
*****
El poema prometido. Para ilustrarlo, nos ha parecido una idea adecuada emplear esta acuarela con homónimo nombre. La firma magníficamente Juan Carlos Gardesin. Un millar de gracias para él por su trabajo. Además, compartimos como prólogo un vídeo muy sugerente de una poética visual muy elegante. Ambos, ilustración y vídeo nos han inspirado el poema fabricado.
Es ahora blanca mi respiración,
mi corazón latió en un matiz rojo sangre
cuando estalló y se escapó desbocado de mi boca,
cuando me desplomó en un momento,
cuando calló de latir.
cuando calló de latir.
Pero ya no,
respiro plácidamente en blanco.
respiro plácidamente en blanco.
Dejé de contar los besos húmedos,
porque no cabían más
en la piel de un poema como éste.
Se olvidaron las hermosas caricias
de las delicadas formas que acostumbran,
de las delicadas formas que acostumbran,
perdieron sus buenas maneras, sus intenciones,
y dejaron el permiso y la prudencia
al principio de la cama.
Los gritos amontonados
ahogaron mis turbias palabras
ahogaron mis turbias palabras
y se hicieron fuertes en mi garganta.
Sé que he muerto hace un segundo y que no quiero resucitar en el siguiente.
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