Subimos hoy en Impresiones, el primer capítulo de la versión en html del cuento Desnuda en el bosque. Que lo disfrutéis. En los próximos días iremos compartiendo el resto del cuento.
1.
“Desnuda en el bosque,
como una hoja de papel
que aguarda la llegada de esta poeta
y de sus versos por escribir...”
Ras. Ras. Ras. TresLunaS rompió la hoja de su bloc invisible. Otra más. Era la segunda vez que comenzaba el mismo poema. La segunda vez que el papel acababa roto en tres pedazos desiguales en el bolsillo central de su peto. Suspiró y respiró profundamente. Contó en voz callada hasta tres, tres veces seguidas, —una-dos-tres, una-dos-tres, una-dos-tres— y volvió a sus hojas de papel y al poema que no le salía.
“Desnuda en el bosque
la hierba crecía...”
Ras. Ras. Ras. Estaba claro que hoy no era su día. Y eso que una amiga suya, que era musa experta en poesía y en redacción, le había dicho que sería un buen momento para escribir. ¡Qué mentirosa! TresLunaS se levantó enfadada, dejó su bloc invisible sobre el suelo y se acercó al mar para charlar un rato.
—¿Qué tal día has tenido? —preguntó el mar tranquilamente, con voz sorda pero curiosamente afinada, como de cantante de ópera.
—Pues fatal. ¿Cómo quieres que esté si he empezado por lo menos un trillón de veces un poema y no he podido pasar del primer verso? —dijo ella.
—¿Cómo comienza la cosa?
—”Desnuda en el bosque...”.
—Buen comienzo.
—Gracias.—¿Quién? —preguntó el mar.
—¿”Quién” qué?
—¿Qué quién estaba desnuda? ¿O qué?
—Yo desde luego no. Sabes que duermo en verano con calcetines a cuadros. Además, ¿qué más da?
—Pues influye. Influye lo que fluye.
—¿En qué?
—Influye a lo que sigue, al poema en realidad.
—No lo había pensado, la verdad. Mmmmmm.
—Tienes que averiguar qué se desnuda y por qué, TresLunaS. Así podrás terminar tu poema, o empezarlo, dijo el mar con su habitual media sonrisa que se dejaba ver entre ola y ola. Mientras, TresLunaS se alejaba pensativa murmurando su descontento.
“Así podrás terminar tu poema, o empezarlo”. “Así podrás terminar tu poema, o empezarlo”. “Así podrás terminar tu poema, o empezarlo”. TresLunaS no dejaba de repetir una y otra vez lo que el mar le había dicho al final de su conversación. Hasta tres veces lo repitió.
TresLunas Imitaba genial la voz del mar. ¡Qué manía tenía el mar con acabar sus conversaciones con una frase rara! Los hombres o los chicos o los niños y sus frases, éstas sin sentido alguno, tan simples como contradictorios ellos. Como una ola que va y viene y se vuelve a ir. Lo dicho, muy habitual del mar. ¡Hombres, chicos, niños! Debería escribir él el poema que parece que lo sabe todo. Será sabelotodo...
TresLunaS caminaba hacia su casa. Sus enfados duraban más o menos dos o tres palabras, cuatro a lo sumo, sílaba arriba, diptongo abajo. Así que cuando éstas pasaron, ya no estaba disgustada. TresLunaS todo lo contaba de tres en tres. No por nada en especial. O sí. A lo mejor era porque su nombre empezaba con un “Tres” y lo escribía con tres mayúsculas.
TresLunas No era ni un hada del bosque, ni una ninfa del mar, ni un gnomo de la tierra, ni un duende de la montaña, ni un trasgo del sur. Era una niña, como cualquier otra, de las que escriben o de las que colecciona palabras. Algo frecuente, nada del otro mundo. Vivía en una pequeña cabaña cerca del bosque y del mar.
Por el bosque paseaba y escribía, y con el mar charlaba sobre cualquier tema que le preocupara. Y hoy el tema era el poema de palabras equivocadas que se agarraban al papel como las manchas de tomate verde en una camisa limpia antes de zamparse un plato de pasta.
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