lunes, 31 de octubre de 2011

Capítulo 7. Desnuda en el bosque

Compartimos el capítulo 7 del cuento Desnuda en el bosque.

7.

La luz sombra cambió. Como si alguien hubiera encendido un interruptor distinto, la luz del cielo se fue transformando del color que tenía hasta terminar en un verde suave, con cuadraditos y todo, como el de los cuadernos de los escolares. Era como entrar en otro mundo. La verdad es que estaba entrando en otro mundo, uno repleto de incógnitas sin despejar, pero TresLunaS aún no había llegado a esa conclusión.
Al final del camino, se veía un castillo medieval. Sus altas torres eran torres de ajedrez, serias y austeras. En realidad todo el castillo estaba rodeado de piezas de ajedrez, de números divididos por letras multiplicados por sílabas y divididos las horas de un reloj de arena. Si buscaba al profesor de Matemáticas Inexactas, no debía estar muy descaminada. Era preciso hallar lo impreciso.




 TresLunaS estaba algo inquieta. Una persona como ella, obsesionada con la perfección semántica, con la armonía, la precisión de la sílaba y el ritmo de las palabras, ¿cómo podía hablar con un profe de mates, que además eran inexactas?
—Pues hablando, mi joven y locuaz aprendiz —dijo una voz que susurraba en la oreja de TresLunaS.
—¡Vaya susto!
—Siento haberte asustado, se disculpó la voz ahora completa con la figura que estaba junto a TresLunaS.
Detrás de ella había aparecido un hombre altísimo, mucho más alto que cualquier persona que ella conociera. Iba vestido de una manera informal. Bizqueaba de un ojo, llevaba unas gruesas gafas y además cojeaba. Era como si la naturaleza hubiera sido más cruel con él que con el resto.
—¿Cómo sabe lo que estaba pensando? —se extrañó TresLunaS.
—Científicamente podría decirte que es a causa de las neuronas espejo que se han activado en mi cerebro cuando has pensado lo que has pensado mientras lo pensabas. Pero en realidad te mentiría. La última frase la has dicho en voz alta sin querer.
—¿Es usted el profesor de Matemáticas Inexactas? —preguntó titubeando TresLunaS.
—Prefiero el término de Matemáticas Imperfectas, como los tiempos verbales. Y si te parece bien, te rogaría que me hablaras de tú.
La voz del profesor era sorprendentemente agradable, como de locutor nocturno de radio. Se podría cerrar los ojos y dejarse llevar por la música de su voz. Cuán extraños son los sentidos, qué forma de mostrar la belleza o la fealdad de manera tan subjetiva, qué sinsentido, irónicamente tan imperfecta. ¿Tiene sentido fiarse de los sentidos?
—Vale, gracias. Tengo un problema y no sé si usted, digo si tú, me puedes ayudar.
—Si un profesor de matemáticas imperfectas no te puede ayudar con un problema, mal va el mundo en el que vivimos.
—Estoy intentando escribir un poema. O eso pensaba esta mañana.
—Interesante dilema. ¡Qué bella ecuación se despeja cuando de unas palabras se extraen unos versos! Perdona, no quería irme por las ramas. Sigue, por favor.
—Llevo un tiempo dándole vueltas al comienzo de un poema.
—¿Y cómo es? Digo el comienzo.
—”Desnuda en el bosque”.
—Buen comienzo.
—Gracias. —dijo TresLunaS de forma mecánica, con la sensación de haber vivido esa conversación en los últimos días con distintas personas.
—Necesito más información. ¿Te importa si paseamos por el Jardín de las Ecuaciones Cruzadas? Siempre que me hallo ante un problema, ante algo que no comprendo, me gusta pasear por ese jardín que me recuerda quién soy y quién no, que recuerda lo que olvido, que me hace dormir, que no soñar, mientras sigo despierto.
El jardín seguía cuajado de ecuaciones escritas en el aire, de jugadas y de piezas dibujadas de ajedrez de diversos materiales: cristal, madera, piel de cebra, nubes... Los movimientos de esas piezas conducían a situaciones cambiantes, siempre móviles, un paisaje en continuo cambio, en perpetua búsqueda, una combinación tras otra. Era como estar ante un escaparate que da vueltas, aunque lo que se movía, por así decirlo, era el propio mobiliario del jardín. Los movimientos eran lentos, nada caóticos, matemáticamente aleatorios, como si la geometría del lugar y la multitud de jugadas y piezas estuvieran afinadas todas en la misma clave de sol. En el lugar en el que estaba TresLunaS no podía ser de otra manera.
—Empezaré por el principio del principio. Página cero. Soy poeta. O creía serlo. Ya empiezo a dudarlo. Escribo todos los días junto al bosque y a veces comento con mis amigos lo que me inquieta. Busco palabras constantemente. Incorrecto. Son ellas las que se van cruzando en mi camino. No por nada en especial. No tengo títulos académicos colgados en la pared ni medallas que confirmen lo que digo. El único carné que poseo es el de la biblioteca de la vuelta de la esquina. Mi trabajo consiste en unir palabras unas a continuación de otras. Poco más. No busco ni fama ni gloria. Soy artesana verbal, como un zapatero que remienda zapatos, como un jardinero que cuida del jardín. Ése es mi trabajo. Y punto.
—O punto, punto, punto. Parece que lo que dices no acaba en un punto sino en tres puntos suspensivos. El poeta decía que ojalá detrás del punto final de los finales, le siguieran dos puntos suspensivos.
—Matices semánticos.
—Detalles, que no es lo mismo. Como poeta sabrás que lo importante siempre hay que buscarlo en los detalles, lo que casi nadie percibe.
—Hablas como del oficio. ¿Sabes mucho de letras para ser un profe de mates?
—Recuerda que trabajo con matemáticas imperfectas. Como algunas palabras. De ahí que tenga un poco de poeta. Además, los profes de mates nos pasamos la vida buscándole significados a la letras, que si “x” vale tanto, que si “y” es igual a “a”+”b”... Nuestros oficios tampoco están tan lejos uno de otro.
—¿Las palabras pueden ser imperfectas?
—Por supuesto, mi joven aprendiz de poeta. No significa que descartes las que no valen, sino que, incluso, las que valen, tienen un perfil desigual, imperfecto.
—¿Cómo hallo lo que tengo la sensación de no haber perdido?
—Dejando de buscarlo, obviamente. Muchas veces no puedes encontrar lo que pierdes. ¿Cómo hallar lo que sabes que no has perdido? Te devuelvo la pregunta y te hago otra. ¿Cómo eliges las palabras?
—Normalmente vienen ellas a buscarme. Me llaman o quedamos en un sitio. No tengo normas al respecto. Lo único que hago es descartar las mal usadas, las imprecisas, las...
—¿Las imperfectas?
—Supongo que sí, no se ofenda, quiero decir, no te ofendas.
—¿Por qué iba a molestarme? Soy experto en cosas imperfectas. Soy algo más que imperfecto. Supongo que es cuestión de convivencia y de costumbre...
—Siento mucho interrumpir nuestra charla. Pero creo que no me vas a poder ayudar. Ya he perdido mucho tiempo.
—¿Cuánto vale el tiempo que has perdido? ¿Cómo mides el tiempo que no has utilizado? ¿Has perdido más de lo que has ganado?
—Muchas preguntas sin respuesta. No estoy segura. Lo pensaré. Sólo quiero encontrar el poema que me falta.
—Los poemas no suelen faltar. Ni tan siquiera los versos. No es fácil darse cuenta de que el arte de lo no escrito se equilibra con el arte de lo no leído.
—No lo comprendo.
—Lo terminarás entendiendo, sólo hay que esperar. Regresa. Sal de este jardín y vuelve al bosque donde estaba tu verso Desnuda en el bosque.
—¿Cómo llego al bosque donde estaba por la mañana?
—Debes volver a otro bosque, que no está en ningún tiempo verbal del que hayas oído hablar. Pero se parece al que conoces. Si giras a mano izquierda tres veces, encontrarás el bosque del que te hablo.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por la información, por la ayuda, por la charla, por tu voz, por los consejos, por los versos matemáticamente imperfectos que me has regalado hace un rato.
—De nada, mi joven aprendiz. Buen viaje. Nos veremos pronto. Ojalá.
—Ojalá.
TresLunas no estaba desnuda pero extrañamente se sentía así. Desnuda estás tan expuesta que casi la piel no te protege, pensó una vez. No llegó a escribirlo. Las palabras volvieron a su boca cuando traspasó la puerta del Jardín de las Ecuaciones Cruzadas. Y esas palabras allí se quedaron para secarse.


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