Nos conocimos no hace mucho.
¿Quién se fija en las agujas del reloj
entre amigos o amantes?
Compartimos risas,
sueños, secretos,
delicadas confidencias,
complicadas complicidades.
En un momento absurdo,
o en un millar, algo erróneo,
una confusión desafinada,
una mueca sin adjetivar,
un mal gesto o una descortesía
que no llega a explicarse del todo,
nos conduce al ruidoso silencio.
Volamos inexorablemente
al difuso camino
donde se olvidan las respuestas
de las preguntas básicas
que creíamos conocer del otro.
Después,
un punto y final.
Terminamos por desconocernos.
No digo que seamos desconocidos.
Es algo más denso,
más profundo,
más hueco,
es un proceso más lento,
más inerte.
Nos conocimos
no hace mucho.
Eso dije antes.
Nos desconocimos
no hace tanto,
confieso en voz baja,
tal y como digo ahora.
Todo viene porque coincidimos
por casualidad en un ascensor
donde pasamos por actores mudos.
Fuimos intérpretes
sin ningún diálogo en escena.
Nuestra mirada se quedó petrificada
en la infinita puerta del ascensor.
Nuestras frases postradas
en la curva de los labios
comprobaron
cómo las frases del otro
también se asomaban
a la ventana
para tampoco decir nada.
Es cierto
que todo dura lo que dura el viaje,
apenas minutos.
Lo trivial siempre fue trivial
y quizás por serlo,
se impiden a las palabras
viajar del pensamiento al fonema.
La puerta del ascensor que se abre
nos conduce
a mitades del mundo
dispares y lejanas.
Nos despedimos.
Nos deseamos suerte o ánimo.
Lo que marque el protocolo humano.
Nunca lo cortés
quita espacio a lo valiente.
Y sin embargo, y sin embargo,
duele constatar que de todo aquello
lo único que seguimos compartiendo
son cobardías similares,
una cobardía de tipo silente.
****
La ilustración que acompaña al poema está sacada del blog:
http://elblogdegarcigomez.blogspot.com.es/2012/08/conocer-y-desconocer.html
Un millón de gracias.
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