sábado, 1 de diciembre de 2018

Y de repente, dejó de leer. Día 2



Han pasado más de dos semanas desde la anterior entrada. El tiempo es finito y no siempre puede sentarme delante de las teclas a escribir por escribir.

Mi hija y yo hemos continuado leyendo, prácticamente cada noche. Seguimos con el libro No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, de Laura Norton. Parece que estoy haciendo publicidad de la autora, de la editorial o de la librería. Nada más lejos de mi intención. Solo escribo sobre que estamos leyendo. Dejo los enlaces para contextualizar esa información.

No comento la historia porque estoy leyéndola a saltos. Es raro pero es así. Confieso que no me estoy enterando mucho. Hay una razón oculta pero sencilla. Hay un motivo. He descubierto, por casualidad, que mi hija ha continuado leyendo sin mí en varias ocasiones, por lo que voy un poco perdido. Cuando cojo el libro, vamos por otro capítulo y me tiene que hacer un pequeño resumen para situarme y no parecer desorientado, aun estándolo. Nada que objetar. Alternamos la lectura. A veces me toca leer a mí, interpretar la escena, a veces a ella. Es divertido. 


Los primeros días, cuando ella detectaba una palabrota, prefería que leyera yo ese fragmento. Me decía: "Te toca a ti". No sé si quería escucharme decir tacos o ver si, avergonzado, me echaba para atrás . También puede que le diera corte a ella leerlo delante mía. Se nos olvida a menudo que nuestros hijos no son perfectos, que dicen palabrotas cuando nadie les oye, que hacen cosas que desaprobaríamos cuando están entre amigos. El estar con un adulto, les retrotrae, sin duda. Les inhibe y les corta el rollo. Sin embargo, poco a poco ha ido perdiendo la vergüenza y ya se atreve a leer pasajes con palabrotas. Las palabras son solo palabras y no hay que tenerlas miedo le digo solo hay que saber cómo emplearlas, con quién y cuándo. En casa no utilizamos muchas palabrotas porque nunca lo hemos hecho. Pero tampoco nos hemos escondido de ellas. Prefiero que se sienta libre y cómoda leyendo, que confíe en mí. Que lea un "joder", un "eres gilipollas", etc. es un precio pequeño. Hay que hablar bien. Nuestro idioma es un valioso tesoro, incluidas sus palabras malsonantes. Un ejemplo muy divertido de un telediario con palabrotas, extraído de la web de RTVE.es, grabado en los años noventa. El enlace es el siguiente:


En estas semanas hemos incluido otros autores. Hemos rescatado un viejo libro de Dragones y Mazmorras, uno libro de infancia-adolescencia que andaba dando vueltas por su habitación. El proceso de este tipo de libros es fácil de explicar. Se escribe un pequeño texto y se dan dos opciones a elegir al lector. Así, la historia, más o menos, se tienen la sensación de que es es el propio lector quien la va eligiendo. Digo "más o menos", porque las soluciones ya están hechas, ya están escritas. Salvando mucho las distancias y las diferencias, se podría decir que es una mini Rayuela. 



Dragones y Mazmorras ha triunfado. Le ha gustado el formato de lectura. No sé si el hecho de elegir qué va a pasar en el desarrollo o porque era una novedad. Le pedí que cerrara los ojos mientras leía, para que se introdujera en la historia. El libro da siempre dos opciones para continuar el viaje. El hecho de tener los ojos cerrados era para que se imaginara el lugar, los personajes. Como sé que va a leer este post, le dejo (para ella) algo sobre juegos de rol. Le muestro el anzuelo por si pica.


Me pregunta, mientras escribo este párrafo, por el experimento.

—¿Qué tal nuestro experimento?
—¿Qué experimento? —pregunto.
—El de que no leo —me dice toda seria.
—¿Lo llamas nuestro experimento?
—Claro. Sigo pensando lo de la residencia. En una muy cutre. ¿Has escrito lo de leer?
—Estoy en ello.
—¿Has puesto un vídeo? ¿Puedo verlo?
—Claro. 
—Pobre burrito.
—¿De qué hablas?
—De la fábula esa del otro día.
—¿La de Esopo?
—Esa.
—¿Comprendes la historia?
—Sí, muy triste. Pobre burrito.
—Pero el burrito tiró la carga de esponjas para trabajar menos.
—Ya, pero me da pena el burro. Sobre todo cuando se ahoga.

La conversación, más o menos inventada, más o menos real, habla sobre la fábula de Esopo. La reproduzco en estas líneas.
Un burro cargado de sal atravesaba un río.Al resbalar se cayó al agua y como se disolvió parte de la sal, se levantó ligero. El burro se quedó contento de la caída. Más tarde ,cuando otra vez pasó por un río, cargado de esponjas, creyó que si se dejaba caer de nuevo se levantaría más ligero, entonces resbaló adrede. Y le ocurrió que al empaparse de agua las esponjas no pudo levantarse y se ahogó allí.
Así, también algunos hombres no se dan cuenta de que por sus propias argucias se ven arrastrados a la desgracia.

ESOPO.
He encontrado el mismo relato en forma de cuentacuentos. Lo ha narrado Iván Elier y está en su canal es Imaginemos juntos. 

La dirección es http://www.imaginemosjuntos.com. Mil gracias Iván por tu trabajo. 



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