martes, 1 de noviembre de 2011

Capítulo 8. Desnuda en el bosque


Continuamos la historia de TresLunas. Hemos llegado al penúltimo capítulo.


8.

—Giro una vez, dos veces, tres veces. Giro una vez, dos veces, tres veces... TresLunaS repetía las indicaciones del profesor una y otra vez. No sabía si lo hacía para que no se le olvidaran o si para averiguar si había más significado del que aparentemente parecía haber. Las palabras a veces son lo que son, pero TresLunaS, por su propia experiencia, conocía que una palabra valía mucho más que cualquier imagen inventada. Quienes decían que una imagen valía más que mil palabras era porque no conocían muchas palabras o porque no se lo habían preguntado a TresLunaS. Otro gallo hubiera cantado y el dicho se habría dicho de otra manera si las palabras las hubiera escogido TresLunaS.
Giró tres veces a la izquierda y se encontró con el bosque donde ella solía escribir. Sonaba una suave melodía, muy hermosa. La luz era la luz de una tarde de primavera tranquila, TresLunaS no lograba ver de dónde procedía aquella melodía tan cautivadora. Caminaba despacio, como si el hecho de no ir más rápido le pudiera dar alguna pista de por dónde venía aquellos sonidos.
Al fondo, detrás de un frondoso árbol y un pequeño seto de color sonrisa, había un piano azul de patas amarillas del cual salían las notas que ella escuchaba. No eran ni tristes, ni alegres, ni llevaban un tempo allegro ni sonaban a un adagio. No tenían estribillo y de momento parecía que tampoco tuvieran letra. Le recordaba a TresLunaS las veintinueve notas blancas que le dedicaba a su amigo el veintinueve de febrero, cada año bisiesto cuando le visitaba y ella tocaba sin parar su trompeta plateada. Lástima, pensó TresLunaS, debí cogerla para momentos como éste. Hubiera sido un dueto muy chulo. Trompeta y piano se complementaban a la perfección.

Hay que decir que TresLunaS no solía lamentarse demasiado si hubiera hecho tal cosa en vez de tal otra. Se daba un par de líneas de disgusto, como mucho, quizás hasta el siguiente punto y aparte, pero poco más. ¿De qué sirve lamentarse de algo pasado como si pudiera cambiarlo más adelante? Era como perder dos veces. 
La música subía, bajaba y volvía a subir para acabar bajando. Era un tono tranquilo, conciliador, como una tregua dentro de una batalla, como un verbo que invita a hacer las paces cuando TresLunaS se enfada con su amigo el espejo, con el mar o con un poema atravesado. Parecía que el piano azul de patas amarillas iba completando líneas de pentagrama una tras otra. Los compases se sucedían como las ondas de un lago cuando se le lanza un piedra al centro.
Por más que lo intentaba, TresLunaS no podía ver quién tocaba el piano azul de patas amarillas. Oía las notas y veía el piano, pero parecía que nadie estaba sentado delante del instrumento. Sólo sonaba mientras  la partitura iba pasando sus páginas sin mano alguna. TresLunaS no se atrevía ni a chistar, por no estropear la magia. Una poeta reconoce y aprecia a otro colega aunque éste haga versos con un piano. Tocar un instrumento muchas veces era como juntar letras que son primero sílabas y luego palabras. Tan sólo cambiaba la herramienta de trabajo.
—Hola, ¿quién está ahí? ¿Quién es quien toca el piano? ¿Quién me regala esa hermosa melodía que me susurra? —TresLunaS acababa de darse cuenta que hablaba con si estuviera escribiendo. Serían los nervios. Un error de principiante. Mal hemos empezado, pensó.
—Hola TresLunaS. Gracias por el adjetivo. Sé que los utilizas con cuidado y que no sueles malgastarlos. Te estaba esperando desde esta mañana. Y no estés nerviosa.
—¿Quién ha dicho eso? ¿Quién te ha dicho cómo estoy?
—He sido yo, TresLunaS. Sé quién eres y cómo estás. Estoy aquí abajo. Mira al piano. El mismo piano azul con patas amarillas al que acabas de interrumpir de tan bella manera.
—Lo siento.
—No te preocupes. Ya retomaré la melodía perdida. Uno pierde el rumbo y siempre una brújula interior que parece no existe le marca el norte que debe seguir. Sé por qué estás aquí.
—¿Por qué estoy aquí?
—Porque sigues desnuda en el bosque, como el verso que crees estar buscando.
—No estoy desnuda.
—Es una metáfora, TresLunaS. Algo que se compara con otra cosa para explicar, para describir otro algo que con simples palabras sería más complicado de entender. ¿Por qué buscas un poema que no existe?
—No lo encuentro. No he dicho que no exista. Y sigo sin entender que digas que estoy desnuda.
—No siempre las palabras dicen con precisión lo que terminamos diciendo. Sé que no te crees nada de esto. Debes evolucionar, dar el siguiente paso, cruzar esta parte y adentrarte en la siguiente. Debes continuar como la hace la vida. Y digo que estás desnuda en el bosque como lo está ese verso que andas buscando de puerta en puerta. Y no, el poema que estás buscando no existe. Ya te lo digo yo, que de poemas que no existen entiend un rato.
—Sigo sin comprenderte.
—Y más que vas a seguir sin comprenderme ni comprenderte. El poema que buscas no existe porque no es un poema. Es un reflejo. Es un reflejo de ti, una transición de lo que fuiste a lo que serás. Es una imagen.
—¿He perdido mi propio reflejo? ¿Qué imagen estoy buscando, pues?
—No exactamente, TresLunaS. Lo que creíste que era un poema, no era más que tu reflejo.
—¿Es una adivinanza? ¿Cómo iba a perder mi reflejo sin que me diera cuenta?
—¿Cómo se pierden las palabras que uno no escribe? ¿Cómo quedan los versos de maltrechos si los ponemos en la lista de las palabras imperfectas? Además no he dicho que lo hubieras perdido.
—Eres amigo...
—De todo el mundo, TresLunaS. De todo el mundo. No sólo de quien estás pensando. Todo el mundo ha pasado de alguna forma por aquí en algún instante de su vida. De hecho lo normal es que pasen más de una vez a lo largo del tiempo que les tocó vivir. Todos han escuchado o han necesitado una melodía como la que has oído hoy. Aunque siempre es distinta. No repito dos canciones. Denota falta de imaginación. 
—¿Dónde está mi reflejo?
—Mira, no se trata tanto de saber si lo has perdido o de dónde está. Debes emprender un nuevo camino. Se trata de si quieres abrir una puerta invisible en tu corazón y pasar al otro lado o si decides permanecer quieta. Hay que andar y buscar nuevos puntos de llegada, se trata de ir por donde aún no conoces, se trata de cruzar el río hasta el otro lado.
—¿Se trata de cambiar? ¿Debo ser otra persona?
—No, TresLunaS, se trataría de que fueras tú de nuevo, una TresLunaS que ya no estuviera desnuda en el bosque ni que se sintiera así. Es como aquello que pensaste y que no llegaste a escribir: desnuda estás tan expuesta que casi la piel no te protege...
—Se trata de ser lo que soy. De lo que seré, quizás. En definitiva, de decidirlo.
—Exacto, TresLunaS. Exacto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario