martes, 22 de noviembre de 2011

La soledad del bloguero de fondo. Día 2

Hoy ha sido un día extrañamente largo y completo, bastante cansado, incluso más de lo habitual para un lunes a finales de este mes que se llama noviembre. La mañana ha tenido un perfil didáctico. Primera novedad. He vuelto a enfundarme el viejo traje de trabajo de la docencia, ése que durante algunos años llevé. He madrugado antes de que el día fuera día. He salido con la quietud de la noche. He vuelto a ponerme gratamente nervioso como un actor antes de abrir el telón. He vuelto al placer de volver a dar clase. Un privilegio donde continúas aprendiendo a medida que vas enseñando. La autoría de ilustración que acompaña está en este link. Es de Jaime Álvarez Sánchez. A él, agradecidos.


Volver a ser profe sin duda ha sido lo mejor del día. Ha sido muy divertido. La voz ha recuperado su tono habitual, su ritmo pausado, a sus frases cortas, a su inflexiones casi dramáticas para cambiar el ritmo de la clase. He vuelto a lo que fui, a lo que posiblemente siempre fui y que posiblemente, aunque no ejerza, no deje de serlo nunca. Mi voz ha vuelto a casa. No sé si es lo mío o si solo soy un visitante ocasional, un pariente lejano que de vez en cuando debes prestarle alguna atención.

La tarde, por contra, ha sido muy diferente a la estupenda mañana, muy parecida a miles de tardes, donde unas se terminan confundiendo con otras. ¿esto lo hice el viernes o fue el jueves, o pasó algo similar el mes pasado? Esa rutina insípida con sabor a trabajo ordinario, aunque algo más complicada que de costumbre. 

Mis tardes son como "el día de la marmota" de aquella película. Puedes estar un año sin aparecer por allí que en tu vuelta poco o nada ha cambiado. Ni tan siquiera la gente parece envejecer. Los mismos chistes, las mismas gracias, las mismas preocupaciones, los sueños gastados de buscar sin hallar nada. Debe ser el lugar, el edificio, que nos conserva a todo tal y como éramos.



Ésas son mis tardes, como las de la pobre marmota. Sin embargo, no ha sido hoy de esas tardes eternas donde las horas parecían estar de vacaciones, que no se iban aunque las apremiaran. Ha sido un ritmo continuo. Ni tan siquiera he precisado que la música, esa que calma y amansa a la fiera, me acompañara en el viaje. La manzana telefónica me miraba en la mesa un tanto confundida, muda. No comprendía muy bien el papel que debía representar esa tarde. Se ha visto relegada a un mero objeto que descansaba en la mesa sin función ni trabajo. No ha sido mi refugio, mi cueva habitual. Es ponerse los cascos blancos y uno se cuelga sin querer el cartel de No molestar. A veces está bien. Otras veces, ayuda poco. Ni tan siquiera ha funcionado como lo que es básicamente, un teléfono que te saca los ojos de la pantalla del ordenador.

Ha sido agradablemente extraño. Hacía mucho tiempo que no volvía a mi vieja mesa, con mi viejo ordenador sin Internet, ni redes sociales ni correo externo ni periódico que valga ni curiosidad infinita por donde se van mis horas de viaje. He vuelto a mi vieja silla, con mis viejos amigos cerca de mí. La soledad laboral de otras ocasiones hoy no me ha hecho compañía. Me he sentido menos ermitaño que de costumbre. Muchas veces me conformo con estar cerca de la gente que me hace sentirme bien de alguna forma. Parece que nos es mucho pero sin duda es mucho más que suficiente.

Y llega la noche, que me coge agarrado al Mac. Se presenta tibia como mi Cola-Cao de la seis treinta de esta mañana ya tan lejana. Ha debido llover. Desde mi mundo sin ventanas de la tarde no sabe qué tiempo ha habido fuera. Recoges el olor justo antes de coger el coche, mientras conduces con la radio puesta y la mente en otro sitio, quizá en la clase, quizá en saber que mañana por la mañana continuaré la clase que dejé sin concluir hoy. Me han regalado una semana para hacer lo que no hacía desde mi ultima vida: enseñar, hablar con unos desconocidos y mostrarles lo poco que sé, que es nada, para terminar viendo en sus caras que comprenden lo que les digo, que ven que puede servirles para algo. No hay nada tan frustrante como aprender aquello que no tiene sentido, que no te sirve.

Ahora sí he dado rienda suelta a la música cautiva, y tras los primeros acordes de un disco de Silvio y de Aute, he comenzado a escribir este post. Esta noche tranquila de posible lluvia fina que está por caer, se presenta como el refugio de la escritura que hoy busco en el blog. Se acaba el día, para mañana volver, a empezar desde cero.


Hay muchas cosas gratificantes en mi trabajo como editor, o como futuro editor. Me gusta el futurible. Es un buen futurible. Como el aprendiz que me consideré siempre ser y que me sigo considerando, ese aprendiz que no se atreve a llamarse en voz alta editor, pero que piensa en libros, en poemas, en publicaciones posibles. ¿Seré acaso ya ese editor que siempre soñé y aún no me he dado cuenta? ¿Cuándo uno se convierte en editor? ¿Cuándo un reúne un puñado de textos con una determinada finalidad, cuándo habla con tal autor, pide permiso a un ilustrador o a un traductor?

Me disperso... Un par de apuntes en esta soledad del bloguero de fondo. Decía que lo más gratificante es poder descubrir cada día algo que te ilusiona, ver la enorme genialidad de esa gente anónima que comparte con valentía y derroche su talento a manos llenas. (La frase es del gran Juan Echanove en un texto de un disco, tras conocer la muerte de su amigo Antonio Flores). Esa gente a la que me acerco porque me ha impresionado (impresioneslasjustas, ya saben) su forma de dibujar, su manera de expresar lo cotidiano.

Sin embargo, lo que más me fascina es que la gran mayoría a los que escribo para solicitarles autorización para usar o mostrar su trabajo, expresan con mucha gratitud el hecho de que se les escriba para pedirles permiso. ¿En qué mundo vivimos en lo que lo ordinario, las buenas formas, la educación, el preguntar a alguien "te parece bien que..." nos resulte tan extraño? Los autores y creadores anónimos estamos acostumbrados a tan poco que cuando se no da un pelín de juego, nos mostrarnos muy agradecidos, satisfechos de que otro alguien anónimo te llame a tu puerta y te diga "Me gustó tu trabajo. Es fascinante. Gracias por hacer que sienta lo que siento."

Mi gratitud hacia esos anónimos que dejan de serlo para mí es enorme. Poder compartir o de acercarme a su talento es beneficioso para mi salud, sin duda. Aprecio ese talento a manos llenas del que hablaba antes, ése que nos rodea y nos acompaña en cada post de Impresiones. Sin ellos, desde luego que estas impresiones serían, como mucho, las justas.

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